En la filosofía encontramos autores que han entendido el sentimiento de soledad como condición humana inherente al existir. Sin embargo, desde la psicología se ha conceptualizado como un problema abordable en el encuentro terapéutico (aunque hay ciertos autores, como Yalom, que hablan de una soledad intrínseca al vivir, lo cual no significa que no sea sensible a la intervención terapéutica).
Nosotros distinguiremos entre la soledad ligada al vivir como individuo diferenciado y la soledad relativa a procesos psicológicos o emocionales. De igual manera, abordaremos brevemente los puntos de confluencia de estas dos corrientes de pensamiento que, a priori, parecen correr en paralelo.
Según Emmanuel Levinas, en el momento que nos conformamos como individuos, es decir, que existimos como entes diferenciados, se nos apega la sensación de aislamiento y soledad. Este autor, sitúa el origen de esta experiencia en el momento del nacimiento, momento en el que nos construimos como existentes diferenciados del existir global o universal (representado por el todo).
Sin embargo, nosotros podíamos decir que, al depender esta soledad directamente de nuestra conciencia como individuos (o en palabras de Levinas como existente), dicho sentimiento podría emerger en el momento en el que el niño genera esta autoconciencia diferencial. “Yo soy yo, tú eres tú”, “tú eres diferente de mí”. Cuando esta proposición fundamental se forma en la mente del niño se puede constituir la sensación de soledad, no tanto en el momento en el que damos el primer paso al mundo como existente. Antes de esto el niño no se contempla a sí mismo como un ser diferencial, sino que esta fusionado con el mundo que lo rodea y, más en concreto, con su madre o figura de apego.
En este sentido diferimos o, más bien, matizamos las palabras de Levinas para que ganen sentido según lo visto por la psicología evolutiva y la neurociencia. Matizamos porque podemos entender que el proceso de diferenciación del existir para conformarse en existente puede no ser al nacer, sino durante el desarrollo del niño, cuando este llega a la conclusión de que es diferente a los demás y se contempla así mismo erigiéndose como individuo.
Bien, esta soledad o aislamiento existencial intrínseco a la vida se puede diferenciar de otros tipos de soledad, como el sentimiento de soledad por falta de conexión con las personas que nos rodean o con uno mismo, o la sensación de aislamiento/soledad que se origina por heridas emocionales tempranas, siendo estas últimas experiencias más dolientes. Cuando estamos desconectados de nuestro propio proceso de valoración intrínseco se genera una sensación de soledad, lo cual resulta razonable, ya que la desconexión propia se refleja en una desconexión con los demás. ¿Cuántas personas están rodeadas de gente y, aun así, se sienten solas? Esta experiencia de soledad es un grito por una conexión más profunda, tanto con otros como con uno mismo.
Sin embargo, el tipo de soledad vivida por la ruptura con “la otredad” no tiene por qué ser un reflejo de la desconexión con el proceso interno. Puede ser que uno esté buscando relaciones íntimas y profundas que no están presentes en su contexto social. Es posible que la experiencia interna de una persona no haya sido aceptada o recogida de la forma adecuada. De igual manera, la expresión emocional puede haber sido castigada o juzgada (como, por ejemplo, cuando se le dice a un niño que “los niños no lloran”) .El exponer tu mundo interno y tener una respuesta no adecuada duele, y nos protegemos de ello aislándonos del otro y de nuestra experiencia. Y esto tiene sentido si tenemos en cuenta que la cercanía íntima y emocional no se busca en un otro que rechaza tu mundo interno y, por lo tanto, a ti mismo (o así se puede configurar en nuestro sentido del ser). Otra vía posible a la desconexión con uno mismo es el miedo a nuestra propia experiencia. Mucha gente teme sus emocionalidades profundas o dolorosas, muchos conceptualizan este tipo de experiencias como inabordables, creyendo que si se abren a su mundo interno desatarán los males encerrados en la caja de Pandora, y ellos quedarán destruidos o dañados.
Por otro lado, entendemos que hay una soledad más doliente, más incapacitante a la hora de vivir una vida de forma plena, y esa es la relativa a heridas de abandono o rechazo. Estas heridas suelen constituirse en la infancia, por falta de sintonía con los cuidadores principales o abandono/negligencia real de éstos, aunque también puede originarse en otras etapas más tardías. Autores como Leslie Greenberg o Ladislav Timulak entienden estas heridas relacionales como configurantes de de los núcleos de dolor emocional. Esta emocionalidad se contempla como emociones familiares y dolorosas que se activan en ciertos contextos.
La buena noticia es que, a pesar del sufrimiento que está ligado a estas experiencias, no las entendemos como fenómenos naturales o no abordables en un proceso terapéutico. Con esta idea se quiere realzar el hecho de que se pueden trabajar estos fenómenos, ahondando en este rango de emociones y transformándolas, para que así podamos dibujar una existencia en la que podamos estar de forma más plena.
Autor: José Gamoneda Larripa
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